sábado, 7 de marzo de 2009

De un indigno a un honorable.

Arcadi Espada en El Mundo.

Las elecciones vascas y catalanas han velado la conferencia que el presidente de la Generalitat de Cataluña pronunció el otro día en conmemoración del 25 aniversario del Institut d’Estudis Catalans. En ella se permitió no ya presionar sino incluso amenazar al tribunal que algún día juzgará la constitucionalidad del Estatuto de Cataluña, y calificó de “indigna” e “hipócrita” la iniciativa de los firmantes del Manifiesto por la Lengua Común. Ya verá qué hace el Tribunal y el Consejo General del Poder Judicial con las palabras del presidente y con tantas otras palabras pronunciadas sobre este asunto por los políticos catalanes. Los jueces tienen cintura de junco con los poderosos. Pero yo no tengo por qué. Ni siquiera con alguien que, probablemente, no sabe lo que dice, como insinúa el uso combinado, en ese contexto, de “indignos” e “hipócritas”: si no lo sabe, que prolongue sus horas de clase y que añada semántica y modales a su aprendizaje de la lengua propia.

El día que el presidente calificó de “indignos” a un grupo de ciudadanos el dictador Fidel Castro utilizaba el mismo adjetivo para rematar a dos miembros destituidos del que sigue siendo su gobierno. La coincidencia no es sólo temporal; el adjetivo tiene una clara raíz totalitaria que emparenta a los dos dirigentes. Más grave aún en el caso del hombre de Iznájar. Al fin y al cabo Castro insulta a un igual; como Jordi Pujol, por cierto, cuando acusó a Felipe González de hacer una jugada indigna en el asunto de Banca Catalana.

El presidente catalán, investido de su autoridad fáctica y de su potencia simbólica, se levanta y señala con su dedo a un grupo de ciudadanos: ¡Indignos! Obviamente estos ciudadanos no han cometido ningún delito ni se han puesto al margen de la dignidad pública o privada, sea cual sea la forma que adopte. Estas gentes firmaron un documento que criticaba la política lingüística en ciertas comunidades españolas. Algunos de ellos eran catalanes, es decir, estaban bajo la jurisdicción práctica y moral del que ahora se levanta y los insulta con repulsiva impunidad. Cualquier inteligencia corriente puede entender lo que supone, en ocasión y auditorio solemne, que la Autoridad se levante y extienda su palabra contra alguien. Si eso pasa en los salones, qué no pasará en la calle. Si eso hace la máxima autoridad institucional, qué no hará el gamberro desestructural. Si eso hace el uno y trino, ¿qué no hará la masa? Yo sé lo que hará. En realidad yo sé lo que ha hecho: seguir las intrucciones.

Hay una diferencia crucial entre don José Montilla y yo. Yo puedo insultarlo.

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